Lo que más me ha sorprendido del filme no ha sido la virtuosa interpretación de Cate Blanchett —mi actriz favorita desde que encadené en pocos meses los visionados de "El Señor de los Anillos: la Comunidad del Anillo", "Charlotte Gray", "Bandits" y "Premonición" entre 2001 y 2002, a las que se sumaron "Veronica Guerin" y "Coffee and Cigarettes" un par de años más tarde—, sino la valentía de su guionista y director al exponer las cotas de estulticia, santurronería y resentimiento de quienes marcan las pautas de lo políticamente correcto. Lydia Tár es un personaje construido sobre unos oscilantes cimientos psicológicos, tan brillante como espinoso, claro ejemplo contemporáneo de persona encumbrada a deidad mitológica, cuyo estatus profesional le permite ejercer el poder de manera abusiva, arbitraria e impune. Hasta aquí tan solo hallaríamos un retrato muy de actualidad sobre los polémicos casos de despotismo en los ámbitos donde la fama lo es todo. Sin embargo, Todd Field nos instiga, a través de la directora de orquesta, a debatir sobre los juicios maniqueístas que los medios ofrecen de manera tentadora al público más perturbado, a la ignorancia y desprecio por los logros culturales del pasado que exhiben con altivez algunos jóvenes alienados por la popularidad, a la obligada estandarización de todo lo que nos ofrecen las grandes y pequeñas pantallas que nos rodean, en definitiva: a esa “conjura de los necios” a la que aludía John Kennedy Toole.
Con una realización elegante y atmosférica, que ensalza un guion sobresaliente, "Tár" es una película inteligente, que trata como a un igual a sus espectadores y que nos recuerda la prodigiosa habilidad del arte para revelar las tinieblas de los individuos o la helada eficiencia de las sociedades empecinadas en transfigurar en autómatas a la gran mayoría de sus miembros...
Kate Bush: “Under Ice” (1985).
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